Ahora me detengo a pensar más en mi estado emocional y me pregunto por qué quiero comer en exceso o darme un gusto excesivo. Antes, usaba la comida para lidiar con todo lo que me pasaba; ahora me detengo a conectar conmigo misma, con mi cuerpo y con cómo me siento, y esto me ha hecho tomar consciencia de mi estado emocional. Si me excedo, siento más perdón y compasión, y en lugar de sentirme culpable, siento bondad y curiosidad.